miércoles, 27 de mayo de 2020

De confinamientos y otros relatos 9


Pues aquí ante el espejo, recomponiéndome el gesto y el flequillo, calzándome zapatillas de paseo para salir embozada a pisar asfalto y adoquines. Son las 7 de la mañana. 
Mis andares van por rutinas urbanas, pero mi vocación viaja a un mar amigo, recibiendo el viento en el cuerpo y la arena repicando en mis piernas. Regreso a los cielos amplios poblados de nubes que bailan al ritmo de las olas, como mi corazón. Allí no hay ansiedades ni miedos, ni mascarillas apesadumbradas,  solo naturaleza manifestándose a cada segundo hasta envolverte de vida.

Luego entrar en el mar,  la caricia de las olas en la piel, el frescor de las aguas, el olor salino y de nuevo el infinito cielo fundido con el océano y el alma. Y siempre, siempre, el sonido de mis voces amadas que vienen, que van, que dicen, que ríen....

Volver al jardín,  tumbarme en la hamaca azul para observar el perfecto acoplamiento de las ramas de la morera con las del viejo albaricoquero de tan dulces frutos y disfrutar de esa sombra. Oír los trinos de los jilgueros, los martinetes y entrever el planear de las gaviotas.
Girar la cara para ver la magnolia cambiar sus hojas y llenarse de un verde claro dónde reflejar la luz y esperar el goce de sus aromáticas y espectaculares flores. Allá el jazmín trepando por la columna hasta esconderla en una nube de flores blancas de aroma dulce. 

Levantarme, dar unos pasos y sonreír al comprobar cómo los dos olivos que unimos como pequeño homenaje a Biel y Jan crecen y dan frutos igual como ellos.

En este tiempo esa es la "normalidad" que amo y que pasea mi recuerdo.




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Bailan suavemente el miedo con la bondad, melodía de células vibrando entre claroscuros. Mientras, vago respetuosamente y mis pasos me guían...